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El tanguero del siglo

Horacio Salgan vivió cien años y fue uno de los mayores pianistas de la historia del tango, admirado por músicos de todos los géneros musicales.

El tanguero del siglo
2 de agosto de 2025, 15:00

Fue una de las grandes figuras de la época dorada del tango. Del siglo de vida que tuvo, noventa y cuatro años estuvieron ligados a la música. Horacio Salgán nació el 15 de junio de 1916, cerca del Mercado de Abasto, desde niño escuchaba a su padre tocar el piano en la casa. A los 13 años ya era el alumno más aventajado del Conservatorio Municipal, siendo capaz de interpretar a Debussy, Bach y Ravel. Era la época del cine muda, y uno de sus primeros trabajos fue acompañar las proyecciones al piano en las matinés del cine de su barrio. También fue requerido como organista en la iglesia de San Antonio de Devoto.

Como tantos otros músicos, en la adolescencia entró a trabajar en la radio, acompañando a distintos cantantes e integrando orquestas. Fue el director de orquesta Roberto Firpo quien vio en Horacio Salgán un talento fuera de lo común, y lo incorporó como pianista a su agrupación. Tenía por entonces 20 años. A medida que se iba haciendo conocido, las distintas orquestas empezaron a disputárselo. En 1936, debutó como arreglador de la orquesta de Miguel Caló. A los 28 años armó su primera orquesta, donde hacía arreglos que sonaban extraños, y tenía un cantor a quien se acusaba de voz “demasiado oscura”: Edmundo Rivero. Tiempo después descubriría a otro cantor que hasta entonces había sido colectivero: Roberto Goyeneche.

En 1950 se integra a la orquesta de Astor Piazzolla y graba un disco. Pero recién en la década siguiente se produciría su encuentro con Ubaldo de Lío, con quien actuó, tanto en dúo como con la formación a la que sumó a Enrique Mario Francini en violín, Pedro Laurenz en bandoneón y Rafael Ferro en contrabajo, y a la que llamó Quinteto Real, uno de los representantes más altos del tango instrumental y al que algunos acusaban de difícil: “Mi orquesta no era una orquesta fácil, es cierto. Pero no es que yo me proponga que mis tangos sean difíciles o fáciles, sino que he procurado ser absolutamente sincero en lo que hago, de manera de no estar pensando si voy a ganar mucha o poca plata”

Ninguno de sus arreglos es fácil, tampoco sus composiciones para piano que tenían una concepción casi orquestal: “Son tan difíciles que en el momento de ponerme a tocarlas yo mismo debo ponerme a estudiar. Si Dios me dio un talento para manejarme dentro de la música, el día que vaya a encontrarme con él, y me pregunte: ¿qué hiciste con el talento que te di?, creo que a Dios no le va a gustar que le diga: lo comercialicé. De ahí que, por lo que yo siento, y por lo que yo debo, tengo que ser respetuoso en todos los órdenes.”

No sólo compuso tango sino también música brasilera, folklore, jazz y valses peruanos. Todo lo hacía con gran naturalidad: “Cada vez que estoy trabajando en un género determinado, estoy escribiendo y tengo la sensación de que toda mi vida no he hecho más que eso, de tan cómodo que me siento dentro de ese género”.

Se retiró de los escenarios en 2003, luego de algunas temporadas en el desaparecido Club del Vino. Su único regreso fue para los festejos del Bicentenario en la avenida 9 de Julio. Ya no tocaba en vivo pero seguía componiendo: música sinfónica y hasta un aire de vidalita dedicado a su amigo Daniel Barenboim. En su casa de Villa Crespo tenía las partituras de más de cuatrocientos arreglos. Su hijo César –también música- dijo: “Si yo tuviera que copiar todo lo que él escribió en la computadora, no llego en toda mi vida. Y estoy hablando de copiar, no crear. Esto también da a entender que, más allá de su talento, él le dedicó la vida a la música. Y por otro lado, que lo suyo no fue nada más que talento, sino una conjunción entre pasión, talento y trabajo”.

Este músico genial de bigotito fino y motas que mostraban su ascendencia afro, unánimemente considerado uno de los artistas fundamentales de la historia del tango, murió en Buenos Aires el 19 de agosto de 2016.



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